Muchos niños pequeños muestran especial cariño por un objeto, ya sea un peluche, un muñeco, un trapito, una manta. Este objeto siempre los acompaña, cuando duermen o salen de casa este objeto tiene que estar siempre presente.
El término lo introdujo por primera vez el pediatra y psicoanalista inglés, Donald Winnicott, como una forma de definir la primera posesión “no-yo” del bebé.
Algunas características que presentan estos objetos son:
- Son suaves y blanditos, los más comunes son, peluches, mantitas y raramente almohadas
- Este objeto tiene un olor especial para nuestro bebé, ya que el bebé lo muerde, babea, arrastra, lo abraza, duerme con él, etc.. ese objeto tiene un olor particular, por lo que se recomienda no lavarlo seguido para no borrar su huella.
- No se puede sustituir. Si nuestro niño pierde su objeto de apego sentirá una profunda tristeza, por mucho que nos empeñemos en buscar sustituto no lo conseguiremos. El objeto transicional no puede cambiarse por otro, ya que su objeto es su fiel compañero
Psicológicamente, un objeto de apego es algo material que el niño elige libremente y al que tiene un especial cariño. Llega a ser sumamente importante en su vida, ya que lo acompaña la mayor parte del tiempo. Le otorga consuelo, seguridad y compañía antes de dormir.
En algunos casos este objeto representa a sus padres y le ayuda a controlar la ansiedad cuando están lejos, o en determinados momentos durante la etapa en la que el bebé comienza a separarse un poco de su madre.
Los niños suelen adoptar su objeto entre los cuatro y seis meses, a medida que van creciendo y comienzan a mostrarse un poco más independiente, irán dejándolo de lado.
Esto suele ocurrir hacia los tres o cuatro años, aunque no hay una regla fija y son muchos los niños que continuan mostrando un especial cariño a un objeto concreto más allá de esta edad.
Es un proceso emocional específico de cada niño; para algunos, el objeto transicional es su mamá, mientras que otros necesitan aferrarse a un objeto. En cualquier caso, todas estas conductas son absolutamente normales y forman parte del correcto desarrollo psíquico del niño.
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